
Prólogo por Anónimo Hernández
En realidad yo sí quiero ser mexicano, este título sólo lo escribo en solidaridad a mi amigo, el autor de este libro, sobre todo porque me temo que lo van a tundir como en la edición anterior. Cómo olvidar aquella presentación cuando tres viejitas lo acorralaron para lincharlo blandiendo tenedores robados del Sanborns: —México ech un paraícho, animal —gritó una. —Chi no te gutta, lággate, apáttida —sentenció otra, sin su dentadura postiza. Entonces comienzo diciendo a Mauricio Bares que le deseo la mejor de las suertes y le doy mi bendición. No puedo darle la de mi mamá porque ella era la tercera viejita, la autora intelectual del ataque. Como nunca antes me habían pedido un prólogo, me sentí un poco perdido. Leí contraportada y prólogo de la edición anterior. Leí unos relatos, otros los ojeé por encimita, y los demás los leeré después porque tengo que entregar esto hoy. Ayer me llevé mi grabadora para charlar con el autor a fin de tener material para rellenar los huecos previsibles. Mauricio Bares no cree en las nacionalidades, y menos en los nacionalismos, según afirma; con el título de este libro podemos creerle un poco. Es un tipo que aprecio por su vitalidad y su espíritu indomable: “Sólo he tratado de vivir. No soy un mueble. Pero alguien así puede pasarla mal en un país como el nuestro, lleno de prohibiciones. Y si se te ocurre reclamar, de inmediato te mandan a callar. Así es en el gobierno, en la familia, en la iglesia, en todas partes, incluido ese mundito llamado pomposamente como ‘cultura’, como bien sabes”, me dijo durante la charla como si en realidad yo supiera a qué se refería.
En realidad yo sí quiero ser mexicano, este título sólo lo escribo en solidaridad a mi amigo, el autor de este libro, sobre todo porque me temo que lo van a tundir como en la edición anterior. Cómo olvidar aquella presentación cuando tres viejitas lo acorralaron para lincharlo blandiendo tenedores robados del Sanborns: —México ech un paraícho, animal —gritó una. —Chi no te gutta, lággate, apáttida —sentenció otra, sin su dentadura postiza. Entonces comienzo diciendo a Mauricio Bares que le deseo la mejor de las suertes y le doy mi bendición. No puedo darle la de mi mamá porque ella era la tercera viejita, la autora intelectual del ataque. Como nunca antes me habían pedido un prólogo, me sentí un poco perdido. Leí contraportada y prólogo de la edición anterior. Leí unos relatos, otros los ojeé por encimita, y los demás los leeré después porque tengo que entregar esto hoy. Ayer me llevé mi grabadora para charlar con el autor a fin de tener material para rellenar los huecos previsibles. Mauricio Bares no cree en las nacionalidades, y menos en los nacionalismos, según afirma; con el título de este libro podemos creerle un poco. Es un tipo que aprecio por su vitalidad y su espíritu indomable: “Sólo he tratado de vivir. No soy un mueble. Pero alguien así puede pasarla mal en un país como el nuestro, lleno de prohibiciones. Y si se te ocurre reclamar, de inmediato te mandan a callar. Así es en el gobierno, en la familia, en la iglesia, en todas partes, incluido ese mundito llamado pomposamente como ‘cultura’, como bien sabes”, me dijo durante la charla como si en realidad yo supiera a qué se refería.